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El color índigo se habría originado en el Perú hace 6.000 años

El Comercio, 18 de Septiembre de 2016

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El color índigo se habría originado en el Perú hace 6.000 años

El origen del color índigo, o añil, se remonta a hace 6.000 años en Perú, 1.500 años antes de que lo utilizaran los egipcios, a quienes se les atribuía su primer uso, según un artículo de la revista «Science».

La investigación científica señaló que el pigmento analizado en los restos de un tejido descubierto en el sitio arqueológico Huaca Prieta -un centro ceremonial prehispánico en la región La Libertad- corresponden al «uso más antiguo conocido del índigo en el mundo».

En el hallazgo, a cargo del investigador Jeffrey C. Splitstoser, resalta que tras diversas pruebas se ha identificado el uso de indigotina en tejidos de color azul.

«La presencia de un colorante indigoide ha sido firmemente indicado en cinco de ocho muestras examinadas que representan dos tejidos lisos y tres textiles entrelazados», señalan los investigadores. La matriz original para elaborar esos textiles ha sido el algodón (‘Gossypium barbadense’), que se cultivó en los Andes del Perú, en Huaca Prieta.

El punto de partida del experimento fue una muestra de hilo de color azul que decora una tela de rayas, a la que los investigadores sumaron otras siete telas de Huaca Prieta descubiertas en el 2009, cuyas antigüedades fluctúan entre 6.200 a 1.500 años, y donde se detectó la presencia de colorantes indigoides.

Los investigadores insisten en que no cabe duda de que en la decoración de los tejidos se utilizó añil que se había extraído de la savia de una planta conocida como ‘Indigofera tinctoria’.

«La evidencia de la edad temprana y la complejidad de tejido y teñido, prácticas andinas, proviene de los textiles de algodón decoradas con añil del sitio precerámico de Huaca Prieta», relata el documento, que reproduce resultados de ocho diferentes experimentos en base a pruebas de carbono 14.

El reporte de «Science» precisa que «se cree que (el arbusto) está en algún lugar en la costa norte de Perú, donde se adapta a las condiciones áridas de la región y crece en forma silvestre o como una planta escarpada».

Huaca Prieta es un sitio descubierto en 1946, en la costa norte peruana, en la provincia de Ascope, que llamó la atención desde un primer momento por los textiles que se encontraron, calificados como los más antiguos de América.

Hasta ahora se atribuía a los antiguos egipcios el uso más remoto del índigo, en la época de la quinta dinastía de los faraones.

Fuente: AFP


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Encontrado el humano más antiguo

El País, 5 de marzo de 2015

La mandíbula hallada en Etiopía / BRIAN VILLMOARE. Fuente: El País

Como en muchas familias, el árbol genealógico del género humano se emborrona a medida que nos remontamos hacia el origen. Conocemos a nuestros padres, abuelos, bisabuelos… pero llega un punto en el que reyes y aristócratas son indistinguibles de esclavos o bandidos. Así las cosas, la mayor pregunta que uno puede hacerse es quién estuvo en la copa del árbol, quién fue el primer humano. Un equipo internacional de arqueólogos cree haber encontrado en África lo más parecido a esa persona: el miembro del género Homo más viejo hallado hasta la fecha, que nos envejece a los humanos medio millón de años.

El 29 de enero de 2013, Chalachew Seyoum, un etíope que estudia en la Universidad Estatal de Arizona (EE UU), descubrió un oscuro diente sobresaliendo de la tierra y pronto dio con más restos. “Me quedé pasmado al encontrar una mandíbula en sedimentos de hace 2,8 millones de años”, explica a Materia. Los restos, encontrados en Ledi-Geraru (Etiopía), consisten en la mitad izquierda de la mandíbula inferior con cinco dientes. “Mi equipo los había elegido porque son de un tiempo clave para entender cómo y dónde apareció el género Homo a partir de un ancestro como el Australopithecus afarensis [conocido como Lucy], que vivía en el este de África hace tres millones de años”, añade Seyoum, originario de Etiopía.

Con el tiempo, este nuevo género de homínidos comenzó a manejar herramientas (Homo habilis), a caminar erguido (Homo erectus), y a desarrollar grupos sociales cada vez más complejos en una historia de éxito evolutivo de la que formamos parte los más de 7.000 millones de Homo sapiens que habitamos el planeta.

En los libros de evolución humana, la historia de nuestro género se acababa hace unos 2,3 millones de años. De esa época son los fósiles más viejos conocidos de Homo habilis (el homínido mañoso que fabricaba herramientas de piedra). Entre ellos y los últimos australopitecos como Lucy (que también vivieron en Etiopía) mediaba casi un millón de años de completo vacío. El nuevo fósil presenta un homínido justo de ese periodo y en plena metamorfosis. En un estudio publicado hoy en Science, Seyoum explica junto a un equipo de científicos de EE UU, Reino Unido y Etiopía que el fósil tiene una interesante mezcla de rasgos modernos y primitivos. Por un lado, ya tenía los dientes más pequeños que caracterizaron al género Homo. Por otro, su barbilla era australopiteca.

Los detalles del hallazgo se publican junto a otros dos trabajos que refuerzan que este es el primer miembro del género Homo. El primero, aparecido en Nature, considera que este nuevo homínido fue el ancestro de los Homo habilis.El segundo es un estudio de fósiles de animales hallados en Ledi-Geraru que confirma que la zona era ya un entorno árido de sabana y arbustos, no una selva. Este paisaje fue clave para que los australopitecos que vivían colgados de los árboles cambiasen de vida y de dieta. Sus grandes dientes para trajinar hojas y frutos se hicieron más pequeños, más humanos, y su cerebro comenzó a crecer. Ambos procesos probablemente se debieron al consumo de carne para alimentar a un cerebro que exigía cada vez más energía.

Ledi-Geraru está a solo unas decenas de kilómetros de Gona, donde aparecieron las herramientas de piedra más antiguas que se conocen. “Hasta ahora no había ningún fósil que correspondiera a esas herramientas, no sabemos quién las hizo, y ahora por fin pueden atribuírsele a este nuevo Homo”, resalta Carlos Lorenzo, arqueólogo del equipo de Atapuerca e investigador del IPHES. La aparición de este fósil “descarta” a otros candidatos a ser los primeros ancestros de nuestro género, como los australopitecos garhi (de hace 2,5 millones de años) o el sediba (1,7 millones de años), resalta el experto, aunque reconoce que no todos aceptarán este nuevo árbol genealógico de nuestra gran familia humana.

Fuente: Science / El País


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Europa y Asia, 40.000 años divorciadas

El País, 6 de Noviembre de 2014

JOHN LUND (GETTY IMAGES). Fuente: El País

¿Cómo decían ‘pie’ los primitivos indoeuropeos? Uno puede comparar pie, pied, foot, vot, pes y pada y deducir cuál es su origen común: esto es lo que han hecho los genetistas en las últimas décadas –con ADN en vez de palabras— para averiguar el pasado de nuestra especie, su evolución y las migraciones con que colonizó el planeta desde su salida de África hace 60.000 años. O uno puede encontrar una grabación de los albores del neolítico donde los hablantes digan directamente ‘pod’. Y esto es lo que los científicos son capaces de hacer ahora. El resultado es similar a trazos gruesos, pero mucho más complejo, prolijo e interesante en los detalles. Y recuerden que es en los detalles donde mora el diablo.

Un equipo internacional ha secuenciado (leído) el genoma de uno de los más antiguos fósiles humanos “anatómicamente modernos” (es decir, que su cráneo es como el nuestro, aunque no sabemos si su cerebro también lo era). El fósil se llama Kostenki 14, está datado en 37.000 años atrás, fue hallado en Rusia y su genética demuestra que el genoma de europeos y asiáticos ya difería en esa fecha, y probablemente antes. El dato esencial es que el ADN de Kostenki 14 es similar al de los europeos y los siberianos occidentales modernos, pero ya diferente del de los asiáticos orientales. Esto es lo que dice la ‘grabación’ del paleolítico.

Otra revelación notable es que Kostenki 14 tenía más ADN neandertal que los europeos actuales, seguramente porque los cruces entre humanos modernos y neandertales eran todavía recientes (ocurrieron hace unos 54.000 años, según las finas dataciones del último trabajo). Eske Willerslev, del Museo de Historia Natural de Dinamarca en Copenhague, y sus colegas de Cambridge, Chicago, Berkeley, Texas, San Francisco, San Petersburgo, Queensland y Leipzig presentan su investigación en ‘Science.

No es que los investigadores estén obsesionados con Europa –basta echar un vistazo a la dispersión geográfica de las instituciones que les acogen para apreciarlo—, ni que crean que los europeos tienen algo especial en sus genes que pueda explicar sus diferencias con los asiáticos, los africanos y el resto de los ‘Homo sapiens’ del planeta.

Diagrama del fósil Kostenki 14, analizado en la Universidad de Cambridge / PHILIP NIGST. Fuente: El País

Europa, un campo de pruebas

Europa no es más que un campo de pruebas óptimo para la aplicación histórica –o prehistórica— de las nuevas técnicas genómicas, por dos razones: que ha sido exhaustivamente explorada por los arqueólogos durante siglos, y que desde tiempos paleolíticos ha sido una tierra de aluvión que ha recibido todas las migraciones que han tenido a bien venir de África y de Asia. Los científicos no están interesados en la identidad europea, sino en los universales antropológicos que este humilde apéndice de Asia revela sobre nuestra especie.

El fósil Kostenki 14 recibe su nombre de un pueblo (a veces escrito Kostyonki) del oeste de Rusia, en el óblast (división federal) de Vorónezh, junto al río Don. El pueblo es conocido por la presencia de estatuillas del paleolítico superior, entre 30.000 y 40.000 años atrás, y unos pocos huesos clasificados como humanos anatómicamente modernos. El genoma de Kostenki 14 no solo revela la antigua separación entre los europeos y los asiáticos orientales, sino también que la estructura genética de los europeos actuales es ancestral –existía ya hace 37.000 años—, y que por tanto sobrevivió a la última era glacial.

Esto supone también una notable sorpresa, porque la estructura genética de los europeos se debe en parte a migraciones muy posteriores desde Oriente Próximo, en el gran movimiento de población que extendió de este a oeste la revolución neolítica, iniciada con la invención de la agricultura hace unos 10.000 años. Los científicos piensan que los ancestros de esos pobladores de Oriente Próximo ya se habían cruzado con los cazadores paleolíticos en tiempos mucho más arcaicos. La estructura de la población europea, por tanto, ya era compleja hace 37.000 años.

“Aunque las comunidades de esta población general se expandían, se mezclaban y se fragmentaban en medio de unos cambios culturales sísmicos y un cambio climático feroz”, explican los científicos de Cambridge, “todo esto fue un barajado del mismo mazo de cartas genético, y la población europea como conjunto mantuvo el mismo hilo genético desde sus primeros asentamientos fuera de África hasta que las poblaciones de Oriente Próximo llegaron durante los últimos 8.000 años, trayendo con ellos la agricultura y un color de piel más claro”.

El hecho de que hubo cruzamientos –sexo— entre los humanos modernos de Europa y los neandertales ya era conocido, pero la datación de esos intercambios en 54.000 años atrás es también relativamente sorprendente. Porque fue después de esa fecha cuando las dos especies tuvieron más oportunidades de interactuar, durante sus 10.000 años de coexistencia en tierras europeas (de 45.000 a 35.000 años atrás, más o menos).

“Originalmente nos sorprendió descubrir que hubo cruces entre humanos modernos y neandertales”, dice uno de los autores, Robert Foley, de Cambridge. “Pero ahora la cuestión es: ¿por qué hubo tan pocos? Es un hallazgo extraordinario que no entendemos todavía”.

Cruces con otras especies

Mientras los europeos se cruzaban con los neandertales, los asiáticos lo hacían con otra población arcaica que vivía más al este, los misteriosos denisovanos. ¿Se debe a ellos parte de la diferencia observada ahora entre los europeos y los asiáticos del este? Responde a este diario una de las coordinadoras del estudio, Marta Mirazón Lahr, directora del Centro de Estudios sobre Evolución Humana de la Universidad de Cambridge:

“No, yo creo que no afecta las diferencias porque es un porcentaje minúsculo –se estima en un 0.2% en parte de Asia (Dai, chinos Han)— y los americanos de hoy, heredado de Asia (Mixe, Karitiana); y en un 0% en otros, como en los grupos llamados ‘negritos’ de Malasia y las Islas Andamán. Estos valores mínimos contrastan con lo observado en los ‘negritos’ de las Filipinas, en los papúas de Melanesia y en los australianos (4%-6%), siendo que los Asiáticos pueden haber adquirido su 0.2% no por mezclarse con los denisovanos, sino por mezclarse con los melanesios”.

“Además”, prosigue la científica nacida en Buenos Aires, “el único genoma antiguo asiático (que es parcial), el del fósil chino de Tianyuán, de 40.000 años, no tiene nada de ADN denisovano; por eso, yo creo que las diferencias entre los asiáticos del este y los europeos fueron adquiridas en los más de 40.000 años de separación de sus trayectorias adaptativas y demográficas; la población europea vivió bajo extremos de clima y ambiente únicos, y con necesidades tecnológicas diferentes para cazar las faunas periglaciares”.

La vieja Europa es más vieja de lo que se pensaba. Y también más normal.

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National Geographic publica un artículo relacionado en inglés: Europe Was a Melting Pot From the Start, Ancient DNA Reveals

The 37,000-year-old remains of a Russian man known as Kostenki 14 have yielded DNA that helps show how humans spread throughout ancient Europe. PHOTOGRAPH BY PETER THE GREAT MUSEUM OF ANTHROPOLOGY AND ETHNOGRAPHY (KUNSTKAMERA) RAS.


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La humanidad conquistó las alturas de los Andes hace 12.000 años

El País, 23 de Octubre de 2014: La humanidad conquistó las alturas de los Andes hace 12.000 años

Fuente: El País (Kurt Rademaker y Sonia Zarrillo en el refugio de piedra de Cuncaicha. / WALTER BECKWITH)

Una de las cuestiones más interesantes sobre la evolución humana es cómo ocurrieron las adaptaciones recientes que hoy distinguen a unas poblaciones de otras. El color de la piel –una adaptación a la radiación solar de cada latitud—es seguramente la más popular, pero la capacidad para vivir a grandes altitudes es quizá la más sorprendente, porque la inmensa mayoría de los humanos son inviables a esas bajas concentraciones de oxígeno. Los arqueólogos han descubierto ahora que las enormes altitudes de los Andes peruanos, a 4.500 metros sobre el nivel del mar, estuvieron habitadas tan pronto como los humanos llegaron allí, hace 12.000 años, lo que plantea una nueva batería de cuestiones sobre la adaptación a ese entorno inhóspito.

Hace unos 14.000 años, hacia el final de la última era glacial, un grupo de asiáticos cruzaron el estrecho de Bering, que entonces unía Siberia con Alaska por un brazo de tierra helada, y colonizó América de norte a sur. Las ocupaciones descubiertas ahora en Pucuncho y Cuncaicha, en las vertiginosas altitudes de los Andes debieron ocurrir, por tanto, muy poco después de que llegaran allí los primeros humanos. El descubrimiento de un equipo de arqueólogos de las universidades de Maine y Calgary se presenta en Science.

Una altitud de 4.500 metros no solo implica bajas concentraciones de oxígeno, sino también mucho frío y unas dosis muy dañinas de radiación ultravioleta. “Entender esa adaptación a condiciones ambientales extremas es importante para conocer nuestra capacidad genética y cultural de supervivencia”, dice el directo del equipo, Kurt Rademaker, de la Universidad de Maine.

Hace solo unos meses, en julio pasado, Rasmus Nielsen y sus colegas de la Universidad de California en Berkeley presentaron en Nature un descubrimiento asombroso sobre otra población muy distinta, los tibetanos actuales, que también viven a más de 4.000 metros de altitud. Según aquel trabajo, los tibetanos habían tomado el gen crucial para vivir con poco oxígeno de los denisovanos, unos misteriosos humanos primitivos que poblaron Asia hace 50.000 años. Para los humanos modernos recién salidos de África, cruzarse con los denisovanos para robarles un gen fue una forma ciertamente rápida de adaptarse a las alturas. ¿Es posible que la población original que colonizó América por el estrecho de Bering llevara ya puestos esos genes denisovanos?

“Creo que tenemos que estar abiertos a todas las posibilidades hasta que tengamos datos genéticos de los primeros pobladores de los Andes”, responde Rademaker en un correo electrónico. “Sin embargo, las investigaciones sobre los tibetanos y los andinos modernos demuestran que los mecanismos fisiológicos son totalmente diferentes en uno y otro grupo; esto me indica que, sean cuales sean los genes implicados, la capacidad para vivir a grandes altitudes evolucionó de forma independiente en los Andes, y no fue simplemente heredada de Asia”.

El descubrimiento de Rademaker y su equipo comprende dos sitios a altitudes ligeramente diferentes: Pucuncho, a 4.355 metros, y Cuncaicha, a 4.480. El primero incluye 260 herramientas como puntas de flecha, hachas y rascadores que llegan a datar de 12.800 atrás, y debió ser un asentamiento estable. El segundo, a mayor altitud, era probablemente un campamento transitorio para cazar en la temporada en que las vicuñas y los guanacos abundaban por la zona; se trata de un refugio de piedra con dos nichos habitables que muestran restos de hollín en el techo y algunas pinturas rupestres que llegan a datar de 12.400 años atrás.

Los primitivos andinos empezaron cazando, pero después aprendieron a domesticar las llamas y las alpacas. Los investigadores creen que los habitantes de las alturas descendían regularmente a altitudes más bajas para recolectar plantas comestibles y para protegerse de las tormentas en la estación húmeda. También para mantener redes sociales más amplias con los habitantes de altitudes más modestas. Una evidencia de estos descensos son las herramientas que no están hechas con las rocas locales, sino con piedras pulidas por el agua, que deben proceder de los ríos de fuerte corriente que hay mucho más abajo.

En cualquier caso, la investigación sobre los antiguos habitantes de las alturas andinas no ha hecho más que empezar. América es tierra de promisión también para los arqueólogos.

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Así lo publica la sección de noticias de Science Magazine: Humans were living at extreme altitudes 1000 years earlier than thought.

Paleoindians set up base camp in this rock shelter at 4480 meters above sea level as early as 12,400 years ago so they could hunt wild relatives of llamas. KURT RADEMAKER

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La misma noticia publicada por Science Daily: Highest altitude archaeological sites in the world explored in the Peruvian Andes: Survival in extreme environments, la cual da énfasis en la participación de la Universidad de Calgary a través de la arqueóloga Sonia Zarrillo.

University of Calgary archaeologist Sonia Zarrillo uses ground penetrating radar at a Peruvian rock shelter. She is accompanied by Peter Leach, one of her co-authors for a new paper to be published in the October 24th edition of the academic journal Science. Credit: Walter Beckwith (Fuente: Science Daily)


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El rastro de los primeros americanos

El País, 15 de mayo de 2014

Dos buceadores con un cráneo de 12.000 años. PHOTOGRAPH BY PAUL NICKLEN, NATIONAL GEOGRAPHIC. El País.

¿Quiénes fueron los primeros americanos? ¿De dónde llegaron? ¿Qué relación les une con las poblaciones nativas actuales? Una adolescente de hace 12.000 años, cuyo esqueleto prácticamente íntegro se ha descubierto, junto a huesos de animales, en una cueva llena de agua en México responde ahora a esas cuestiones. Naia, como ha sido apodado el esqueleto, sería una chica de unos 15 o 16 años cuando cayó en la cueva, entonces seca, y murió. Medía un metro y medio de altura y tenía los rasgos craneales y faciales característicos de los primeros americanos, notablemente diferentes de los actuales. Pero su ADN muestra su parentesco con los nativos americanos contemporáneos. Fue su antepasada, procedente de aquellas poblaciones que entraron desde Asia en el continente americano por la región (entonces emergida) del estrecho de Bering y se fueron extendiendo hacia el Sur. Así que no hubo oleadas diferentes de pobladores de diversos lugares, como sostenía alguna hipótesis.

“Lo más emocionante es que finalmente, después de 20 años, tenemos una respuesta acerca de quienes fueron los primeros americanos”, resume James Chatters, líder del equipo que ha hecho el descubrimiento, sin olvidar todos los atractivos del proyecto: “La preciosa cueva, los esqueletos de animales increíblemente bien conservados, el esqueleto humano casi completo y el éxito de nuestro innovador enfoque de datación”.

El submarinista Alberto Nava, que trabaja en California, y sus colegas mexicanos Alex Álvarez y Franco Attolini, exploraban, en mayo de 2007, una cueva llena de agua cristalina (un cenote) en la península de Yucatán, a ocho kilómetros de la costa del Caribe. Recorrieron un túnel inundado de kilómetro y medio y desembocaron en una gran cámara llena de agua y tan oscura que la bautizaron Hoyo Negro. Regresaron dos meses después con potentes focos para investigar la caverna y allí vieron, en el fondo, a unos 50 metros de profundidad, junto a restos de animales, un cráneo humano. “Estaba sobre un saliente, hacia arriba, con un conjunto perfecto de dientes y las oscuras cuencas de los ojos mirándonos”, recuerda Nava.

Así arrancó el proyecto científico de Hoyo Negro y, tras varias campañas de inmersión y trabajo minucioso para sacar los fósiles y analizarlos, los científicos y los buceadores presentan ahora en la revista Science, a bombo y platillo, el esqueleto de Naia con todas las respuestas que aporta sobre los albores de la historia humana en América. La chica está emparentada con los cazadores-recolectores del noreste de Asia que migraron a la zona emergida que ahora es el estrecho de Bering hace entre 26.000 y 18.000 años y que empezaron a desplazarse hacia el sur por Norteamérica a partir de hace 17.000 años.

National Geographic.

“Los nativos americanos modernos se parecen mucho a la gente de China, Corea y Japón”, explica Chatters . “No así los esqueletos americanos más antiguos”, que tienen cráneos más alargados y estrechos y caras más pequeñas, pareciéndose más a la gente actual de África, Australia y el Pacífico Sur. “Esto ha generado especulaciones acerca de que tal vez los primeros americanos y los nativos actuales proceden de diferentes lugares o migraron desde Asia en diferentes estados de su evolución”, explica este arqueólogo y paleontólogo de la Universidad de Washington, y uno de los codirectores del proyecto de Hoyo Negro junto con la arqueóloga Pilar Luna, del Instituto Nacional de Antropología e Historia (México).

Aunque Naia (ninfa griega del agua) es uno de los esqueletos americanos más antiguos que se han encontrado, hay otros, e incluso se ha recuperado ADN de ellos para hacer análisis genéticos que muestran su relación con los nativos americanos modernos. Pero dada la discordancia entre los rasgos craneales y faciales de unos y otros, parte de los científicos —incluido el mismo Chatters hace un tiempo— defendían la hipótesis de que pudieron llegar a América diferentes oleadas de pobladores, de distintos lugares. El problema es que los restos encontrados hasta ahora o eran fragmentarios o, en el caso de Anzick, un ejemplar de hace 12.700 años descubierto en Montana, se trata de un niño, lo que deja muchos resquicios para las dudas y las interpretaciones.

El esqueleto de Naia, tan completo, supera esos problemas. Además, los científicos han logrado extraer de sus dientes ADN (mitocondrial, es decir, de fuera del núcleo celular) y los análisis muestran su claro parentesco con los nativos contemporáneos, pese a no compartir las características craneales y faciales.

“La chica de Hoyo Negro estaba relacionada con los nativos americanos actuales y tiene ancestros de la misma población de Beringia”, señala Deborah Bolnick (Universidad de Texas en Austin) cuyo equipo es uno de los tres que, independientemente, han realizado los análisis de ADN de Naia. “Este estudio, por tanto, no sostiene la hipótesis de que los paleoamericanos migraron desde el Sureste Asiático, Australia o Europa, sino que llegarían de Beringia [región ahora parcialmente sumergida que incluye partes de Siberia y Alaska], como los nativos americanos actuales, aunque muestran algunos rasgos faciales y craneales diferentes, que serían cambios [evolutivos] acaecidos en Beringia y en el continente americano en los últimos 9.000 años”.

La datación del esqueleto ha sido muy compleja, dada su prolongada permanencia en el agua, pero los investigadores han logrado con varios métodos, establecer una antigüedad mínima de 12.000 años y máxima de 13.000, concordante con lo que cuentan los fósiles de animales de Hoyo Negro, varios de ellos extinguidos hace 12.000 años.

Naia debió caer en la cueva (unas fracturas en la pelvis, apuntan esta hipótesis) y morir allí hace entre 12.000 y 13.000 años, como cayeron grandes mamíferos (incluido el felino dientes de sable). Entonces Hoyo Negro estaba en un sistema de cavidades seco, en una época en que los glaciares de la Tierra atrapaban enormes cantidades de agua en forma de hielo y el nivel del mar era mucho más bajo. Con la subida del nivel de las aguas, hace unos 10.000 años, la cueva se inundó y la galería de los huesos solo es ahora accesible para submarinistas experimentados. Por eso dice Chatters, que en este proyecto “los buceadores son los astronautas, y nosotros los científicos, su centro de control de la misión”.

Divers search the walls of Hoyo Negro, the underwater cave on Mexico’s Yucatán Peninsula where the ancient skeleton was found. PHOTOGRAPH BY PAUL NICKLEN, NATIONAL GEOGRAPHIC

Aquí el artículo en National Geographic: Most Complete Ice Age Skeleton Helps Solve Mystery of First Americans (por Glenn Hodges).

Y aquí, un artículo también muy completo en Smithsonian.com: DNA From 12,000-Year-Old Skeleton Helps Answer the Question: Who Were the First Americans?

The skull of Naia on the floor of Hoyo Negro, as it appeared in December 2011, having rolled into a near-upright position. (Photo by Roberto Chavez Arce). Smithsonian.com

New genetic evidence supports the hypothesis that the first people in the Americas all came from northeast Asia by crossing a land bridge known as Beringia. When sea levels rose after the last ice age the land bridge disappeared. (Julie McMahon). Smithsonian.com