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El ADN de momias aclara el exterminio de los primeros americanos tras la llegada de los españoles

El País, 2 de abril de 2016 por NUÑO DOMÍNGUEZ

El mayor estudio genético de cadáveres precolombinos apunta a que hubo una extinción de linajes tras la conquista de América

adáver en el yacimiento arqueológico de Huaca Pucllana, en Lima (Perú), donde se analizaron varios individuos para este estudio Proyecto de Investigación, Conservación y Puesta en Valor Huaca Pucllana. EL País.

Desde 2010, un equipo internacional de científicos ha estado extrayendo muestras de pelo, dientes y huesos de momias y cadáveres de antes de la conquista de América. Los restos abarcan desde hace más de 8.000 años hasta hace unos 500. El ADN en esas muestras es una ventana abierta para averiguar cómo fue la llegada de los verdaderos conquistadores del continente y su parentesco con las poblaciones indígenas actuales.

Hoy se publican los resultados del mayor análisis de este tipo, que ha estudiado 92 restos mortales encontrados principalmente en Perú, Bolivia y Chile. Los investigadores han secuenciado el genoma mitocondrial, la parte del ADN que pasa de las madres a sus hijos, y lo han comparado con el de poblaciones actuales de Suramérica. Los resultados apuntan a que gran parte de las poblaciones indígenas originales desaparecieron tras la llegada de los conquistadores españoles. De hecho, todos los linajes genéticos encontrados en las momias se extinguieron y no pasaron a los indígenas de hoy, según el trabajo, publicado hoy en Science Advances.

Estudios anteriores de menor envergadura habían mostrado un enorme declive de población entre los indígenas tras el desembarco de los europeos. Los autores de aquel trabajo culpaban sobre todo a las enfermedades llegadas del viejo continente como la viruela, aunque la esclavización, la guerra y el colapso de las sociedades precolombinas también tuvieron un papel indudable.

“En nuestro estudio no hemos determinado qué porcentaje de población desapareció, pero sí hemos visto que la conquista tuvo efectos devastadores en la población local, ya que en algunos puntos de la costa Oeste de Suramérica al menos la mitad desapareció”, explica a Materia Wolfgang Haak, investigador del Instituto Max Planck para la Ciencia de la Historia Humana de Jena, Alemania, y coautor del estudio.

El trabajo estima que los primeros humanos llegaron a América hace 16.000 años, unos mil antes de lo que estimaban estudios anteriores. Se trataba de un reducido grupo que se había separado hace entre 2.000 y 9.000 años de las poblaciones siberianas. En estas fechas el corredor de tierra que unía Eurasia con América por el estrecho de Bering era inaccesible debido a los glaciares, así que los autores del estudio creen que los primeros americanos llegaron por la ruta marítima a lo largo de la costa del Pacífico, que se abrió antes que la vía terrestre.

Esos primeros grupos conquistaron todo el continente en 1.500 años, como demuestran los restos arqueológicos encontrados en el sur de Chile. Las diferentes poblaciones se distribuyeron en grupos pequeños y separados, “como islas en el océano”, explica Bastien Llamas, investigador de la Universidad de Adelaida, en Australia, y coautor del trabajo. Ese hecho contribuyó a que “cuando los europeos llegaron, la mayoría de esas poblaciones murieran”, asegura. Esta situación fue especialmente grave en las ciudades incas y de otras culturas de la costa oeste, explica el trabajo. De todos los escenarios posibles para explicar los datos genéticos analizados, el único que encaja es el de la mortalidad en masa tras la llegada de los europeos, un escenario que coincide además con testimonios históricos de la época, resalta Llamas.

Linajes perdidos

“Es evidente que otras poblaciones de Suramérica sobrevivieron y se convirtieron en los ancestros de las actuales poblaciones indígenas”, añade este experto en ADN antiguo, aunque su diversidad genética quedó mermada por la pérdida de parte de los linajes originales. Es difícil saber hasta dónde llega esa pérdida, pues una de las limitaciones del estudio, según admite Llamas, es que hay pocos datos genéticos de poblaciones actuales de zonas como Machu Picchu y otros epicentros de las culturas precolombinas para compararlos con los genomas antiguos. “Posiblemente haya poblaciones actuales que desciendan de los linajes analizados, pero tenemos un vacío de datos”, reconoce.

Carles Lalueza-Fox, investigador del CSIC y experto en genética de poblaciones, ofrece una opinión independiente sobre el estudio. La conclusión es “sin duda razonable”, señala, aunque en su opinión aún faltan datos para sostenerla. Por su forma de transmisión de madres a hijos, es normal que “los linajes mitocondriales se extingan de forma natural en cualquier población sin necesidad de proponer causas disruptivas externas; es un fenómeno esperable cada vez que una mujer no tiene hijos o tiene sólo hijos varones”, detalla.

Marcos Gallego, investigador español en este campo que trabaja en la Universidad de Cambridge (Reino Unido), opina que se trata de un estudio «muy bien diseñado» y que sus conclusiones son bastante asumibles. «Hay muchos estudios anteriores que apuntan a que murieron alrededor del 95% de nativos», resalta.

En cualquier caso, aún queda dar el paso más importante: extraer de los restos ADN nuclear, donde se encuentra el grueso del genoma y se almacena información mucho más detallada de la línea paterna y la materna. Esto permitiría saber qué papel jugaron enfermedades importadas por los conquistadores como el sarampión o la viruela y ayudaría a cuantificar hasta dónde llegó el exterminio de los indios tras el primer contacto.

El equipo de científicos que firma el nuevo estudio, que incluye expertos de la Universidad de Harvard y la de California en Santa Cruz en EE UU así como de Perú, Chile, Argentina, México, Bolivia y Perú, ya está intentando obtener ese material genético. “Esperamos poder extraer ADN nuclear de estas momias o de otras, pero no creo que la imagen general cambie mucho, la lógica nos dice que la desaparición debió afectar tanto a los hombres como a las mujeres”, concluye Haak.


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Europa y Asia, 40.000 años divorciadas

El País, 6 de Noviembre de 2014

JOHN LUND (GETTY IMAGES). Fuente: El País

¿Cómo decían ‘pie’ los primitivos indoeuropeos? Uno puede comparar pie, pied, foot, vot, pes y pada y deducir cuál es su origen común: esto es lo que han hecho los genetistas en las últimas décadas –con ADN en vez de palabras— para averiguar el pasado de nuestra especie, su evolución y las migraciones con que colonizó el planeta desde su salida de África hace 60.000 años. O uno puede encontrar una grabación de los albores del neolítico donde los hablantes digan directamente ‘pod’. Y esto es lo que los científicos son capaces de hacer ahora. El resultado es similar a trazos gruesos, pero mucho más complejo, prolijo e interesante en los detalles. Y recuerden que es en los detalles donde mora el diablo.

Un equipo internacional ha secuenciado (leído) el genoma de uno de los más antiguos fósiles humanos “anatómicamente modernos” (es decir, que su cráneo es como el nuestro, aunque no sabemos si su cerebro también lo era). El fósil se llama Kostenki 14, está datado en 37.000 años atrás, fue hallado en Rusia y su genética demuestra que el genoma de europeos y asiáticos ya difería en esa fecha, y probablemente antes. El dato esencial es que el ADN de Kostenki 14 es similar al de los europeos y los siberianos occidentales modernos, pero ya diferente del de los asiáticos orientales. Esto es lo que dice la ‘grabación’ del paleolítico.

Otra revelación notable es que Kostenki 14 tenía más ADN neandertal que los europeos actuales, seguramente porque los cruces entre humanos modernos y neandertales eran todavía recientes (ocurrieron hace unos 54.000 años, según las finas dataciones del último trabajo). Eske Willerslev, del Museo de Historia Natural de Dinamarca en Copenhague, y sus colegas de Cambridge, Chicago, Berkeley, Texas, San Francisco, San Petersburgo, Queensland y Leipzig presentan su investigación en ‘Science.

No es que los investigadores estén obsesionados con Europa –basta echar un vistazo a la dispersión geográfica de las instituciones que les acogen para apreciarlo—, ni que crean que los europeos tienen algo especial en sus genes que pueda explicar sus diferencias con los asiáticos, los africanos y el resto de los ‘Homo sapiens’ del planeta.

Diagrama del fósil Kostenki 14, analizado en la Universidad de Cambridge / PHILIP NIGST. Fuente: El País

Europa, un campo de pruebas

Europa no es más que un campo de pruebas óptimo para la aplicación histórica –o prehistórica— de las nuevas técnicas genómicas, por dos razones: que ha sido exhaustivamente explorada por los arqueólogos durante siglos, y que desde tiempos paleolíticos ha sido una tierra de aluvión que ha recibido todas las migraciones que han tenido a bien venir de África y de Asia. Los científicos no están interesados en la identidad europea, sino en los universales antropológicos que este humilde apéndice de Asia revela sobre nuestra especie.

El fósil Kostenki 14 recibe su nombre de un pueblo (a veces escrito Kostyonki) del oeste de Rusia, en el óblast (división federal) de Vorónezh, junto al río Don. El pueblo es conocido por la presencia de estatuillas del paleolítico superior, entre 30.000 y 40.000 años atrás, y unos pocos huesos clasificados como humanos anatómicamente modernos. El genoma de Kostenki 14 no solo revela la antigua separación entre los europeos y los asiáticos orientales, sino también que la estructura genética de los europeos actuales es ancestral –existía ya hace 37.000 años—, y que por tanto sobrevivió a la última era glacial.

Esto supone también una notable sorpresa, porque la estructura genética de los europeos se debe en parte a migraciones muy posteriores desde Oriente Próximo, en el gran movimiento de población que extendió de este a oeste la revolución neolítica, iniciada con la invención de la agricultura hace unos 10.000 años. Los científicos piensan que los ancestros de esos pobladores de Oriente Próximo ya se habían cruzado con los cazadores paleolíticos en tiempos mucho más arcaicos. La estructura de la población europea, por tanto, ya era compleja hace 37.000 años.

“Aunque las comunidades de esta población general se expandían, se mezclaban y se fragmentaban en medio de unos cambios culturales sísmicos y un cambio climático feroz”, explican los científicos de Cambridge, “todo esto fue un barajado del mismo mazo de cartas genético, y la población europea como conjunto mantuvo el mismo hilo genético desde sus primeros asentamientos fuera de África hasta que las poblaciones de Oriente Próximo llegaron durante los últimos 8.000 años, trayendo con ellos la agricultura y un color de piel más claro”.

El hecho de que hubo cruzamientos –sexo— entre los humanos modernos de Europa y los neandertales ya era conocido, pero la datación de esos intercambios en 54.000 años atrás es también relativamente sorprendente. Porque fue después de esa fecha cuando las dos especies tuvieron más oportunidades de interactuar, durante sus 10.000 años de coexistencia en tierras europeas (de 45.000 a 35.000 años atrás, más o menos).

“Originalmente nos sorprendió descubrir que hubo cruces entre humanos modernos y neandertales”, dice uno de los autores, Robert Foley, de Cambridge. “Pero ahora la cuestión es: ¿por qué hubo tan pocos? Es un hallazgo extraordinario que no entendemos todavía”.

Cruces con otras especies

Mientras los europeos se cruzaban con los neandertales, los asiáticos lo hacían con otra población arcaica que vivía más al este, los misteriosos denisovanos. ¿Se debe a ellos parte de la diferencia observada ahora entre los europeos y los asiáticos del este? Responde a este diario una de las coordinadoras del estudio, Marta Mirazón Lahr, directora del Centro de Estudios sobre Evolución Humana de la Universidad de Cambridge:

“No, yo creo que no afecta las diferencias porque es un porcentaje minúsculo –se estima en un 0.2% en parte de Asia (Dai, chinos Han)— y los americanos de hoy, heredado de Asia (Mixe, Karitiana); y en un 0% en otros, como en los grupos llamados ‘negritos’ de Malasia y las Islas Andamán. Estos valores mínimos contrastan con lo observado en los ‘negritos’ de las Filipinas, en los papúas de Melanesia y en los australianos (4%-6%), siendo que los Asiáticos pueden haber adquirido su 0.2% no por mezclarse con los denisovanos, sino por mezclarse con los melanesios”.

“Además”, prosigue la científica nacida en Buenos Aires, “el único genoma antiguo asiático (que es parcial), el del fósil chino de Tianyuán, de 40.000 años, no tiene nada de ADN denisovano; por eso, yo creo que las diferencias entre los asiáticos del este y los europeos fueron adquiridas en los más de 40.000 años de separación de sus trayectorias adaptativas y demográficas; la población europea vivió bajo extremos de clima y ambiente únicos, y con necesidades tecnológicas diferentes para cazar las faunas periglaciares”.

La vieja Europa es más vieja de lo que se pensaba. Y también más normal.

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National Geographic publica un artículo relacionado en inglés: Europe Was a Melting Pot From the Start, Ancient DNA Reveals

The 37,000-year-old remains of a Russian man known as Kostenki 14 have yielded DNA that helps show how humans spread throughout ancient Europe. PHOTOGRAPH BY PETER THE GREAT MUSEUM OF ANTHROPOLOGY AND ETHNOGRAPHY (KUNSTKAMERA) RAS.


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Cuerpo neandertal, mente sapiens

El País, 21 de abril de 2014

Recreación de la vida de una familia neandertal en el Museo del Neandertal de Krapina (Croacia). / REUTERS. El País.

Los neandertales no solo eran distintos de nosotros en cuerpo y cerebro, sino que también mostraban un estilo distinto de evolución. Aquellos primitivos habitantes de Europa experimentaban más cambios genéticos en la forma del esqueleto, mientras que los humanos modernos hemos mutado más en comportamiento y pigmentación. La investigación dirigida por el líder mundial del ADN fósil, Svante Pääbo, del Max Planck de Leipzig, y con una importante contribución del CSIC, se basa en la comparación de los genomas de tres neandertales de Siberia, España y Croacia, entre sí y con los humanos modernos de África, Europa y Asia. Y también muestra que la diversidad genética neandertal era menor que la de los humanos actuales, y que sus poblaciones eran pequeñas y aisladas.

Comparar los genomas de tres neandertales se dice pronto en un artículo de periódico, pero supone un problema tecnológico formidable para los (no muchos) científicos que se han interesado a fondo por la emergente disciplina del ADN antiguo. Aparte de la escasez de restos neandertales lo bastante bien preservados, los expertos se enfrentan a que más del 99% del ADN que sale de allí es de origen microbiano, por no hablar de la omnipresente contaminación con material genético de los humanos modernos que tiende a confundir sus experimentos. Bajo el liderazgo del gran genetista Svante Pääbo, del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva en Leipzig, los biólogos van sorteando poco a poco esos escollos. Colaboran con él desde hace años científicos españoles del CSIC, las Universidades de Oviedo y Pompeu Fabra (Barcelona) y el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid. De los tres únicos genomas neandertales secuenciados hasta la fecha, uno procede de la cueva de El Sidrón, en Asturias, en un raro ejemplo de apremio y diligencia de la ciencia local en la genética de vanguardia planetaria.

Los investigadores también han usado el genoma de un denisovano, la enigmática especie que, de hecho, no habría sido descubierta de no ser por las técnicas de secuenciación de ADN antiguo, pues no es mucho lo que se conserva de ella, salvo algunos fósiles —halladas hace unos años en la cueva de Denisova de las montañas de Altai, en Liberia— y unas cuantas secuencias genéticas que les pasaron a los actuales pobladores de Asia. Y han comparado todo ello con nueve poblaciones modernas: yoruba, mandenka y dinka, de África; franceses, sardos e italoamericanos, de origen europeo; han y dai, de Asia; y papúa de Oceanía. Un espectro de la historia y de la prehistoria sin parangón hasta la fecha.

Con ese material, los genetistas del siglo XXI pueden alcanzar conclusiones asombrosas sobre los humanos primitivos, como si dispusieran de una máquina del tiempo. Por ejemplo, el tamaño de los tramos de homocigosis —segmentos de ADN totalmente coincidentes en los dos cromosomas de cada par, el que viene del padre y el que viene de la madre— revela que el apareamiento entre familiares era mucho más común entre los neandertales que entre nuestros coetáneos.

También han podido saber que el grado de diferenciación genética entre los neandertales era mayor que el que existe hoy entre africanos, europeos y asiáticos. Al espectador actual, todos los neandertales pueden parecerle iguales, pero ya se ve que no es así. Es lo esperable, pues los neandertales llevaban cientos de miles de años campando por las estepas eurasiáticas, mientras que nuestra especie es una recién llegada a este mundo. De hecho, la mayor parte de la variación genética entre los humanos modernos no es nuestra propiamente, sino que la hemos heredado de nuestros ancestros africanos. La genética se abre camino en la noche de los tiempos.

© El País


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Los primeros homínidos que salieron de África eran de dos especies distintas

El País, 20 de febrero de 2014

La mandíbula de Dmanisi (Georgia), de hace 1,8 millones de años, denominada D2600, es de una especie diferente de otros fósiles del yacimiento. / CENIEH. El País.

Los fósiles de hace 1,8 millones de años de Dmanisi, el famoso yacimiento de Georgia donde se han encontrado los restos de los primeros –hasta ahora- homínidos que salieron de África, están rodeados de polémica sobre cómo encajan en el árbol evolutivo humano y los debates entre especialistas no hacen sino avivarse. Un equipo del Centro Nacional de Investigación de Evolución Humana (CENIEH), en Burgos, ha analizados tres mandíbulas de la colección de Dmanisi y concluye ahora que son de, al menos, dos especies diferentes, y no una como defendieron recientemente sus descubridores. “No tendría nada de extraño: si en esa época, hace unos dos millones de años, había en África cinco especies de homínidos, es perfectamente lógico que dos de ellas, y no una sola, se extendiera por oriente próximo hacia Georgia”, señala José María Bermúdez de Castro, paleontológico del CENIEH, experto internacional en el análisis de dientes y líder de esta nueva investigación.

La presentación mundial en la revista Science, el pasado mes de octubre, del cráneo número cinco de Dmanisi, una pieza muy bien conservada y completa, fue acompañada de la interpretación de estos fósiles por parte de los descubridores de estos primeros, hasta ahora, pobladores de Eurasia. David Lordkipanidze y sus colegas concluyeron que las diferencias entre los cinco individuos cuyos restos se han hallado en el yacimiento georgiano hasta ahora no son mayores que la que hay entre cinco personas actuales o entre cinco chimpancés.

Bermúdez de Castro lo niega rotundamente. El estudio que ha realizado con su equipo, y que se publica en la prestigiosa revista PlosONE, concluye que la variabilidad de la población de Dmanisi es muy superior no solo a la humana actual, sino a la de los gorilas, “cuyo dimorfismo sexual, con machos el doble de grandes que las hembras, es el mayor entre los simios antropoideos”. La mandíbula del cráneo número cinco (denominada D600), de gran tamaño y morfología extraña, es claramente diferente de las otros dos que han estudiado. Todas ellas tienen características primitivas. Los expertos de Burgos han hecho un estudio de  morfología comparada de tres de tres mandíbulas; la cuarta carece de dientes, lo que dificulta su estudio.

Ese cráneo tiene algunos rasgos compartidos con los neandertales, señala Bermúdez de Castro, investigador del CSIC y codirector de las excavaciones de Atapuerca. Pero se trata de convergencia evolutiva, advierte, no es que haya una relación de parentesco entre ambas especies, separadas por más de un millón y medio de años. En este caso, como en muchos otros en la evolución, la similitud de características entre algunos organismos responde a que la selección natural desembocó en la misma solución en unos y otros, como aves y murciélagos, por ejemplo, que tienen alas como adaptación al vuelo sin que haya un parentesco entre ellos.

Los investigadores del CENIEH, tras sus análisis de morfología comparada proponen asignar el individuo del cráneo número cinco con su mandíbula correspondiente a H.georgicus, la especie que inicialmente se propuso para esos fósiles georgianos, mientras las mandíbulas pequeñas recuerdan a las de Homo habilis, una especie africana de aproximadamente la misma antigüedad.

Bermúdez de Castro explica que conoce las mandíbulas de Dmanisi desde hace tiempo y que la interpretación de una única especie no le convenció. Su trabajo ahora es una respuesta científica al debate y espera que haya más con más estudios profundos de los fósiles.

Otro problema del yacimiento, explica el especialista español, es que la geología allí es confusa. “La datación es correcta, pero no está claro cuántos niveles tiene Dmanisi y hay que tener en cuenta que una sucesión de riadas, rellenos por cenizas volcánicas, erosión, más riadas… puede abarcar muchos acontecimientos en un plazo de tiempo de solo 100.000 años”. Así, sería perfectamente factible que se acumulasen en el lugar huesos de dos o más especies, comenta. Esa zona de Georgia, rica en flora, fauna y alimento para los antiguos humanos, añade Bermúdez de Castro, está a solo unos 1.500 kilómetros al norte del Valle del Rift africano –región rica en fósiles de homínidos- por el llamado corredor levantino. Nada impide que más de una especie tomara ese camino migratorio.

La respuesta definitiva sobre si se trata de una o dos especies cabría esperarla de la mano de los análisis genéticos, pero 1,8 millones de años está, por ahora, fuera del alcance de la ciencia del ADN antiguo.

Artículo de PLOS ONE: On the Variability of the Dmanisi Mandibles


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El genoma de 220 africanos ilumina el origen de la humanidad

El País, 20 de septiembre de 2012

Restos artísticos de los bosquimanos San en Suráfrica. / CORTESÍA DE CARINA SCHLEBUSCH. El País.

El genoma de 220 personas de 11 poblaciones subsaharianas —el mayor estudio africano hasta la fecha— confirma que los bosquimanos San descienden en línea directa de los primeros humanos modernos, que evolucionaron en el sur de África hace más de 100.000 años. El trabajo identifica los seis genes clave del desarrollo del cráneo y el cerebro que fueron objeto de selección darwiniana en aquella época, y que probablemente crearon la anatomía humana moderna en un plazo relativamente breve. Otros fenómenos genéticos posteriores subyacen a las adaptaciones de una población u otra al entorno, y afectan a la potencia muscular, la protección contra la radiación ultravioleta -el color de la piel- y la respuesta inmunológica contra nuevas infecciones.

Los bosquimanos hablan lenguajes-clic, en los que que las consonantes suenan como el chasquido que todos hacemos para indicar fastidio, o como el sonido de un beso. De hecho, el primer investigador en proponer que los San y otros bosquimanos representaban a la población ancestral de la humanidad moderna no fue un genetista, sino un lingüista: Joseph Greenberg, de la Universidad de Stanford, que propuso en los años sesenta que los lenguajes clic, hablados por pequeñas poblaciones de bosquimanos salpicadas por el sur y el este de África, formaban en realidad una sola familia lingüística, el khoisán.

Pero es la genética, y también la arqueología más reciente, la que ha rescatado la hipótesis de Greenberg de un olvido tenaz que, en realidad, se originó en el mismo momento de su formulación. El gran lingüista y antropólogo murió en 2001, mucho antes de poder saber lo acertadas que iban a resultar sus teorías.

La divergencia más profunda en el seno de toda la humanidad viviente ocurrió hace unos 100.000 años

El nuevo trabajo es producto de una colaboración entre biólogos evolutivos, antropólogos, neurocientíficos y genetistas médicos coordinados por Himla Soodyall, de la Universidad de Witwatersrand en Johannesburgo, y Mattias Jakobsson, de la de Uppsala, Suecia. Los resultados se adelantan en la edición electrónica de Science.

«Los San tienen algo especial que añadir al mundo tanto genética como cultural y éticamente», dice Jakobbson como justificación de su trabajo. «La importancia de nuestro estudio es que pone el patrimonio San en el sitio que le corresponde en la historia, y también aporta el telón de fondo genético para estudios futuros».

Los investigadores han analizado 2,3 millones de snips (acrónimo inglés para «single nucleotide polymorphisms», polimorfismos de un solo nucleótido), o variaciones de una sola letra en la secuencia del ADN (tcctgataag…, el genoma humano tiene 3.000 millones de letras). Y los han comparado en un promedio de 20 individuos de 11 poblaciones, de la mitad sur del continente, la mayoría de ellas hablantes de lenguajes clic, o khoisán. Esta es la mayor masa de información genética sobre las poblaciones subsaharianas obtenida hasta ahora.

«La divergencia más profunda en el seno de toda la humanidad viviente ocurrió hace unos 100.000 años», explica la primera firmante del trabajo, Carina Schlebusch, investigadora posdoctoral en Uppsala, en referencia a la separación genética entre los San y el resto de los pobladores del planeta, incluida la inmensa mayoría de la población africana. «Esa fecha es mucho antes de que los humanos modernos migraran fuera de África (hace unos 60.000 años), y el doble de antigüedad que el tiempo de divergencia de los pigmeos de África central y los cazadores-recolectores del Este».

Cuando dos poblaciones se han separado hace poco, como las de Oriente Próximo y el Mediterráneo occidental, sus genomas se parecen mucho, es decir, muestran una escasa divergencia. A mayor divergencia, mayor antigüedad de la separación entre ambas. Con muchos datos de este tipo, los genetistas han logrado reconstruir un mapa sorprendentemente detallado de la gran historia de las migraciones humanas. Y la mayor divergencia de todas -luego la separación más antigua- es la que se da entre los bosquimanos San y cualquier otra población del planeta. Es la forma que tienen los evolucionistas de reconstruir el pasado.

Soodyall, una de las codirectoras del estudio, que trabaja en el Laboratorio Nacional de Salud sudafricano, ha tenido una larguísima relación con los San y otros bosquimanos del sur del continente, y al igual que su colega Jakobsson hace una lectura histórica de los resultados del trabajo. Dice que son «un tributo fenomenal a los pueblos indígenas Khoe y San, a los que damos una oportunidad de reclamar su lugar en la historia del mundo». Soodyall, Jakobsson y otros autores del estudio tienen previsto visitar este mes a los grupos San del desierto de Kalahari para agradecerles su colaboración.

Las poblaciones de bosquimanos han padecido en los últimos siglos una extinción intensa y sostenida. El grupo más abundante en la actualidad son los hablantes de khoisán del sur de África, que cuenta con unos 250.000 hablantes.

Las sofisticadas matemáticas en que se basa la genómica actual han permitido a los investigadores enfocar su lupa sobre los genes que estaban experimentando procesos de selección evolutiva hace más de 100.000 años, antes de los bosquimanos empezaran a diverger del resto de la humanidad. Han encontrado seis variantes genéticas sujetas a una fuerte presión selectiva en la época, y que ahora son un patrimonio universal de la humanidad. Pueden ser los genes que hicieron evolucionar a nuestra especie desde un homínido más primitivo, piensan los autores.

Los nombres de los genes son ROR2 (implicado en el desarrollo del hueso y el cartílago), SPTLC1 (cuyas mutaciones se asocian a la neuropatía sensorial hereditaria), SULF2 (cuyas mutaciones subyacen a malformaciones esqueléticas y defectos en el desarrollo del cerebro), RUNX2 (que ya había sido asociado a la evolución de la anatomía humana moderna), SDCCAG8 (uno de los genes implicados en la microcefalia) y LRAT (asociado al alzhéimer).