Un incendio arrasa en Perú un complejo arqueológico de 4.000 años
El País, 13 de Noviembre de 2017
El mural más antiguo de América, según los expertos, antes de ser incendiado. AFP
«El mural era extraordinario: una escena de un venado en una red, el testimonio más antiguo de pintura de ese tipo en Latinoamérica», comentó el arqueólogo Walter Alva a EL PAÍS, horas después de que la Huaca Ventarrón, un sitio arqueológico de 4.300 años de antigüedad fuera arrasado la tarde del domingo por un incendio iniciado en la empresa azucarera Pomalca, en la región Lambayeque, al norte del país.
Los sitios sagrados prehispánicos, o huacas, son construcciones piramidales de adobe muy visitadas por los turistas nacionales y extranjeros, por ello después de las fuertes lluvias que afectaron cuatro regiones del norte entre enero y marzo, las autoridades de Cultura compraron nuevos techos para protegerlas.
Alva, director del museo Tumbas Reales de Sipán, el más visitado de Perú y ubicado en la misma región, explicó que los techos comprados «son de un material inadecuado pues son inflamables, en el incendio se prendieron como cera». ¿Todos los centros arqueológicos del norte están usando ese material? «Usted lo ha dicho», respondió el experto.
El arqueólogo indicó que, además del mural –de 12 metros cuadrados y 4.000 años– también ha resultado afectado un relieve de 4.300 años de antigüedad. «Ese tiempo es el periodo arcaico, de pueblos sin cerámica, cuando surgen los primeros templos, y las representaciones son de animales. Había un culto al fuego», agregó el arqueólogo.
«El daño es producto del abandono en que estaba el sitio. No se han destinado recursos, no ha tenido ninguna persona responsable del lugar hace dos años», añadió Alva. La unidad Ejecutora Naylamp, una dependencia del Gobierno Regional de Lambayeque, es responsable de Huaca Ventarrón.
Su hijo, Ignacio Alva, estuvo a cargo de las excavaciones y puesta en valor de Huaca Ventarrón, que abrió al público en 2014, pero fue apartado del cargo hace un año con el argumento de que no había recursos, comentó Walter Alva a este diario.
Alva denunció formalmente que el sitio arqueológico quedó en abandono tras la salida de su hijo, pero no recibió respuesta.
Ignacio Alva aseguró que hubo un gran descuido de la empresa azucarera Pomalca, pues «sus trabajadores prendieron fuego en dirección a favor del viento, en sus campos colindantes con la Huaca Ventarrón».
Pero también destacó la responsabilidad del sector Cultura, al haber comprado un techo de una resina sumamente inflamable, cuando el proveedor había especificado lo contrario. Son además techos muy pesados, que estaban dañando los soportes y la estructura; el complejo está cubierto por hollín y la resina plástica derretida», añadió el exdirector de Huaca Ventarrón.
«Se ha perdido el origen de la civilización del norte de Perú, la joya y la cuna de nuestra identidad, debido al material (del techo) mal empleado y a que el sitio solo estaba a cargo de un vigilante y un boletero con sueldo mínimo», declaró Alva.
La mañana del lunes, el ministro de Cultura, Salvador del Solar, llegó al complejo incendiado, junto con especialistas en conservación. Un comunicado de dicha entidad informó el domingo de que un fiscal acudió al sitio donde ocurrió la tragedia.
«La primera impresión es que hay un alto grado de recuperabilidad de los murales, la estructura sí necesita una revisión, hay limpieza que hacer, pero se ve estable, vamos a cubrirlo nuevamente para protegerlo del sol y de la lluvia», anunció Del Solar.
El director del museo Tumbas Reales dijo que las empresas azucareras tienen la mala práctica de limpiar sus campos con fuego. «Cortan los tallos de las plantas de caña de azúcar, que es lo que usan, y el resto, las hojas, les prenden fuego», explicó.
El arqueólogo Elmo León explicó a este diario que el mural ilustra una cacería en red «pero además muestra el entorno de los bosques en aquella región, que eran más verdes de lo que son hoy, consecuencia de la desertificación antropogénica que hoy se traduce en el calentamiento global».
Ventarrón: la importancia del complejo destruido por incendio
El Comercio, 14 de Noviembre de 2017
El arqueólogo Ignacio Alva hace balance de los daños tras el incendio en el complejo arqueológico y reflexiona sobre la enorme importancia del patrimonio perdido.
Las visitas al complejo arqueológico de Ventarrón –parte de la Ruta Moche promovida por Prom-Perú– reportaban anualmente un flujo de 5.000 turistas. Demandará tiempo, trabajo y dinero recuperarlo. (Foto: El Comercio/ Archivo)
Por Enrique Planas
No hubo quien controle la quema de la caña de azúcar el domingo en la empresa Pomalca. Esa tarde de viento, las llamas se extendieron por la maleza y recorrieron los 200 metros que separan los campos del complejo arqueológico. Lo primero en encenderse fue el almacén. Luego los techos que protegían el templo, construidos con materiales inflamables.
El arqueólogo Ignacio Alva Meneses, quien junto con su padre Walter Alva descubrió ese complejo en 1989 y que años después inició en el 2007 el Proyecto Arqueológico Cerro Ventarrón, recorre ahora el complejo. Puede ver consumidos los almacenes, y con ellos, las colecciones de cerámica, telas y restos óseos. El material sintético de las cubiertas cayeron sobre las estructuras puestas en valor, impregnando de plástico derretido y hollín la arquitectura y sus murales.
Al otro lado de la línea telefónica, el director del proyecto hasta el 2015 intenta ofrecer un reporte de daños lo más técnico posible. Pero no puede evitar mostrarse conmovido. Esas ruinas hoy cubiertas de asfalto han sido parte de su vida, desde que junto con su padre defendiera el lugar de los huaqueros.
Entonces descubrió aquellos restos de muros pintados de rojo y blanco, que recién 20 años después pudo poner en valor con el Proyecto Arqueológico Cerro Ventarrón, con presupuesto de la Unidad Ejecutora Naylamp-Lambayeque. Esas excavaciones permitieron registrar y documentar, por primera vez, la arquitectura monumental más antigua de la región.
EL VALOR DE LO PERDIDO
La llamada huaca Ventarrón es en realidad un centro ceremonial levantado en la falda oeste del cerro, sobre un promontorio rocoso. Como señala Alva, su arquitectura consiste en una gran plataforma escalonada con acceso desde el norte. Fue edificado en tres fases superpuestas, calculándose la más antigua entre el 2300 y el 2035 a.C. Desde la cima puede contemplarse el amplio valle de Lambayeque y el curso del río Reque. El arqueólogo piensa que desde allí los antiguos habitantes debieron dirigir la agricultura y la organización del primer sistema cultural de la región. «La trascendencia de este lugar para la historia de Lambayeque es fundamental. Era la cuna de la civilización de la costa norte. Teniendo la misma antigüedad que Caral, tenía una complejidad superior», explica Alva. «Que todo esto se haya quemado en pocas horas me ha dejado en ‘shock’. No he podido dormir. Me pasé toda la noche escribiendo y mandando fotos para que, de alguna manera, se pueda señalar a los culpables», afirma.
Para imaginar la importancia de un sitio arqueológico como el siniestrado, para el especialista habría que imaginar que hasta su construcción en todo el territorio solo había aldeas primitivas. Con Ventarrón y Caral, ambos con climas secos y propicios para el cultivo y la industria del algodón, surgió la arquitectura ceremonial, y con ello, el origen de la civilización. Para Alva, la complejidad de Ventarrón radica en que la simbología de sus pinturas murales (hoy destruidas) dieron origen a conceptos que luego tomaron las posteriores culturas en el norte. «Igual que en Caral, en Ventarrón encontramos arquitecturas escalonadas y circulares para representar la dualidad. Pero a ello se le suma un extraordinario simbolismo del color en los murales. Aquí se gestaron las concepciones simbólicas de América», explica.
«El uso del rojo y blanco en Ventarrón lo encontraremos luego en la época cupisnique y la cerámica moche. Ese concepto es la génesis de la dualidad andina. Somos unión de huesos y de carne, lo masculino y lo femenino. El rojo y blanco como símbolo se transfiere luego a la selección de los spondylus, vistos en ofrendas desde chavín hasta inca. Prácticamente en Ventarrón se descubre la clave simbólica de la iconografía posterior», explica Alva.
ESTADO DE ABANDONO
Para el ex director de este centro arqueológico, este accidente revela la pobre gestión de la Unidad Ejecutora Naylamp. «Siempre se le pidió al Ministerio de Cultura que esta unidad tenga un consejo consultivo en el que participen los arqueólogos a cargo del proyecto. Pero desde su creación en el 2007 ha venido trabajando de forma ineficiente y con favoritismo político.
El resultado lo vemos ahora: falta de gestión y previsión, desidia y abandono. En ningún sitio ha habido tanto descuido y negligencia como en Ventarrón», lamenta. Alva confía en que –como señaló el ministro de Cultura, Salvador del Solar, quien ayer evaluó in situ los daños acompañado por asesores y restauradores– este centro arqueológico y sus valiosos murales puedan recuperarse en un 80%. Sin embargo, sabe que el trabajo será sumamente lento y costoso.
DATOS
- El cerro Ventarrón pertenece al distrito de Pomalca, provincia de Chiclayo, departamento de Lambayeque. El acceso desde la ciudad de Pomalca se hace por medio de una trocha carrozable de 4 km, que conduce al centro poblado de Ventarrón, en la falda oeste del cerro del mismo nombre, a 22 kilómetros del litoral.
- Investigaciones arqueológicas en el área se iniciaron en el 2007, y permitieron descubrir el origen y florecimiento de la civilización en el valle de Lambayeque.
- El templo, ubicado al pie del cerro, fue el núcleo de un primigenio centro ceremonial cuya fase inicial ha sido fechada entre el 2035 y el 2300 a.C.
«La tragedia de Ventarrón», por Íñigo Maneiro
El Comercio, 19 de Noviembre de 2017
Íñigo Maneiro, periodista de viajes, reflexiona acerca del incendio que afectó el complejo arqueológico Ventarrón en Chiclayo.
Por Iñigo Maneiro
Hace unos nueve mil años, grupos nómadas se desplazaban por los valles lambayecanos recolectando frutos y vegetales, y cazando animales. De ellos nos han quedado expresiones de arte rupestre y rústicos campamentos en los que se han descubierto herramientas de piedra y algunos restos de alimentos. El nomadismo se combinó con los primeros asentamientos junto a fuentes de agua y pequeñas huertas. A medida que las plantas fueron domesticadas, la sedentarización ganaba al nomadismo, y se crearon estructuras sociales y sistemas de pensamiento más complejos.
Los primeros cultivos de esos grupos humanos fueron la lúcuma, la palta, el frijol, el zapallo y el camote. Muy tempranamente sembraron algodón lo que les permitió crear las primeras redes y ocupar nuevos territorios, en este caso, el litoral marino, y ensancharon así su frontera agrícola.
Hace cinco mil años, en el corazón del desierto, nació Ventarrón, el eslabón perdido de la historia cultural norteña, su primera gran construcción. Fue el destino en el que confluyeron personas y productos de lugares muy lejanos, como muestran las trompetas hechas con caracol tumbesino, o las momias de guacamayos amazónicos que el arqueólogo Ignacio Alva Meneses descubrió.
Ventarrón fue tan especial que, por primera vez en América, se recurrió a la pintura mural polícroma. Esa pintura representa una imagen: la de un venado atrapado en una red.
Hoy está destruido por el fuego. Lo que no destruyeron los fenómenos de El Niño, los terremotos o el paso del tiempo durante cinco mil años, lo ha hecho el hombre del siglo XXI con su total desprecio por la historia, la cultura y la ciudadanía. No se trata de un error humano. Se trata de prepotencia e irresponsabilidad de la empresa Pomalca. Se trata del abandono de las autoridades, despreocupadas de las tareas de inversión, conservación e investigación del patrimonio.