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El tesoro de un guerrero sármata de las estepas

National Geographic, Historia NG nº 123

El arqueólogo Leonid Yablonsky narra el descubrimiento en 2013 de la tumba intacta de un noble nómada en la necrópolis rusa de Filippovka

Por Leonid Yablonsky. Instituto de Arqueología de la Academia Rusa de Ciencias, Historia NG nº 123

Este elaborado objeto formaba parte del traje del difunto y representa a una pantera que da caza a un antílope siberiano (saiga). National Geographic.

Filippovka, un yacimiento que se localiza cerca de la ciudad rusa de Ufá, a unos 1.500 kilómetros al sureste de Moscú, es uno de los lugares de enterramiento más ricos e importantes de los sármatas, el pueblo iranio que pobló las estepas de la actual Rusia a finales del primer milenio a.C. La necrópolis de Filippovka contiene 29 kurganes, túmulos artificiales cuyas medidas oscilan entre los tres metros de alto hasta los veinte, en cuyo interior disponían los aristócratas sármatas sus tumbas, acompañadas de lujosos ajuares funerarios. Entre los años 1986 y 1988, el arqueólogo ruso Anatoli Pschenichnik excavó el kurgan número 1, bautizado como Túmulo Real debido a sus grandes dimensiones, con más de 80 metros de diámetro y con una altura de ocho metros. En su interior descubrió una gran colección de joyas, vasijas de cristal, armas y 26 figurillas de ciervos de madera recubiertas de oro.
Sin embargo, en la  Academia Rusa de Ciencias no estaban convencidos de que se hubiera dicho la última palabra sobre el yacimiento de Filippovka, en particular sobre la parte oriental del Túmulo Real, una sección de cinco metros de alto y 50 de largo, que Pschenichnik dejó sin excavar creyendo que había sido saqueada en la Antigüedad. Para comprobarlo, la Academia organizó en el verano de 2013 una nueva campaña arqueológica en el yacimiento y encargó a Leonid Yablonsky, especialista en cultura escita y sármata del Instituto de Arqueología, la dirección de las excavaciones.

Un rico enterramiento

Lo primero que localizaron los arqueólogos fue un paso subterráneo cerca del lado oriental del Túmulo Real que conducía al interior de la tumba. Al penetrar por él se toparon con algo inesperado: un enorme caldero de bronce fundido, de 102 centímetros de diámetro, decorado con tres asas, cada una de ellas compuesta por dos cabezas de grifos enfrentadas. Sorprendidos, llegaron a la conclusión de que el pesado caldero fue dejado allí por quienes lo trasladaban al verse incapaces de arrastrarlo al interior de la tumba. Cuando los exploradores llegaron al final del pasadizo, se encontraron con una fosa funeraria, de 4 por 4,8 metros de diámetro y 4 metros de profundidad, que a primera vista parecía no haber sido violada. Al fondo yacía un esqueleto humano acompañado de un ajuar funerario excepcionalmente rico y variado. Gulnara Obidennova, directora del Instituto de Enseñanza Histórica y Jurídica de Ufá y componente del equipo arqueológico, valoró así más tarde la importancia del descubrimiento: «El hallazgo es realmente sensacional porque la tumba estaba intacta: los objetos materiales y las joyas estaban en los sitios donde los habían colocado los sármatas […] Los elementos de vestimenta y los colgantes están bien conservados. En cada dedo llevaba una sortija con distintas piedras e imágenes de animales. A su lado había varios frascos que, probablemente, contenían cosméticos. A su izquierda había un espejo con mango de oro ornamentado,  similar a un cetro. Sus muñecas estaban adornadas con opulentos brazaletes».
Junto al cráneo del difunto, adornado con colgantes de oro decorados con esmalte, alguien había depositado una caja de madera repleta de objetos: frasquitos de plata y de vidrio, una caja de plata, un pectoral de oro, vasijas de barro, bolsas de cuero y, lo más curioso de todo, unos dientes de caballo con restos de pigmentos de color rojo. El vestido que cubría el cuerpo se hallaba en muy mal estado, pero todavía conservaba los elementos que se habían bordado sobre él:  flores, rosetas y una placa de oro con animales representados. Había también 395 piezas de pan de oro que se habían cosido a los pantalones, la camisa y a un chal con flecos sujeto con una cadena de oro. Las mangas se habían bordado con abalorios multicolores que formaban un complejo patrón geométrico. Además, junto al cuerpo se encontró un equipo completo para realizar tatuajes compuesto por paletas de piedra, agujas de oro, cucharas de hueso para mezclar los colores y cuchillos de hierro con incrustaciones de oro.

¿Quién está enterrado?

Más de mil artefactos se recuperaron en total durante la excavación de este túmulo, que se ha datado en torno al siglo IV a.C.  A la vista de la riqueza del ajuar funerario recuperado, no hay duda de que la tumba perteneció a un miembro destacado de la aristocracia sármata. Inicialmente, a juzgar por el tipo de objetos que acompañaban al difunto, se creyó que el propietario de la tumba era una mujer; sin embargo, los análisis osteológicos preliminares realizados a los restos parecen indicar que se trata de un varón. Este hecho era sorprendente, ya que resulta extraño encontrar la sepultura de un guerrero sármata al cual han enterrado rodeado de objetos de ornamento personal y sin armas. Está previsto realizar análisis de ADN a los restos y proceder asimismo a un detallado estudio de los materiales que le acompañaron en su último viaje. Muy posiblemente los resultados proporcionen más información sobre las circunstancias de la muerte y tal vez sobre la  identidad del ocupante del túmulo 1 de Filippovka.

Para saber más

El mar Negro: cuna de la civilización y de la barbarie. N. Ascherson, Tusquets, Barcelona, 2001.
Tumba sármata

© National Geographic


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Genes de los antiguos siberianos en los nativos americanos

El País, 20 de noviembre de 2013

Zona del lago Baikal, en Siberia, donde se encontraron los restos de un joven de hace 24.000 años cuyo genoma se ha secuenciado. / NIOBE THOMPSON. El País.

La procedencia de las poblaciones primitivas en el continente americano está en debate desde hace mucho. Ahora, los genomas secuenciados de dos individuos del sur de Siberia central, de hace 24.000 años uno y 17.000 el otro, indican una relación próxima con las poblaciones de Eurasia occidental y con nativos del nuevo mundo, pero no con los asiáticos orientales. La conclusión de Eske Willerslev y sus colegas es que entre un 14% y un 38% de los ancestros de los nativos americanos pudieron tener su origen en esta población siberiana antigua, mientras que el resto sí que procederían de las poblaciones de Asia oriental, como se venía suponiendo. Esta aportación genética procedente de Siberia podría explicar, por ejemplo, por qué varios cráneos de los primeros americanos muestran rasgos que no concuerdan con los de los asiáticos orientales, señala la revista Nature, donde se da a conocer la investigación. Esta migración se habría producido a través de lo que ahora es el estrecho de Bering que separa Rusia de Alaska.

El siberiano de hace 24.000 años cuyo genoma (se trata de un borrador de genoma) se ha secuenciado ahora procede de las excavaciones de Mal’ta, realizadas entre 1928 y 1958 en las orillas del río Belaya, cerca del Lago Baikal, explica el equipo de Willerslev (Universidad de Copenhague). En aquellas excavaciones salieron a la luz muchos restos arqueológicos del paleolítico superior, además de restos humanos, que están depositados en el museo Hermitage de San Petersburgo (Rusia). Los científicos, en 2009, tomaron muestras (0,15 gramos) de hueso del muchacho de hace 24.000 años, un macho joven denominado MA-1 y han secuenciado el genoma. El otro individuo (Gora-2), de hace 17.000 años, procede de la orilla occidental del rio Yenisei (sur de Siberia central) y, aunque la muestra está muy contaminada con ADN actual, explican los investigadores, el perfil genético es consistente con el de MA-1, lo que indica que aquella región siberiana estuvo permanentemente habitada por los humados en torno al último máximo glacial, hace unos 20.000 años.

El estudio tiene cuatro importantes implicaciones, destacan los investigadores. La primera es que nativos americanos contemporáneos y euroasiáticos occidentales comparten ancestros comunes a través del flujo genético de aquellas poblaciones siberianas, con lo que se explicaría la presencia de determinados rasgos genéticos propios de los nativos americanos en los euroasiáticos occidentales pero no en los asiáticos orientales. Además, recalcan Willerslev y sus colegas, la presencia de una determinada firma genómica de Eurasia occidental (los dos individuos analizados) en la región del Baikal “sugiere que partes del Sur de Siberia central estuvieron ocupadas por los humanos en las fases más frías de la última edad del hielo”.